lunes, 9 de diciembre de 2019

El Cardenal Borgia y los Reyes Católicos: El Viaje de 1472

1492 no fue solo el año en el que Alejandro VI era elegido Papa de Roma. De hecho, si ese año es uno de los más conocidos de la Historia no es debido a Rodrigo Borgia, sino a dos personajes coetáneos a él: Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, a los que el mismo Papa acabaría concediendo el título de Reyes Católicos. Precisamente en ese año de 1492 el navegante Cristóbal Colón, patrocinado y financiado por los monarcas, desembarcaría en el continente americano y el mundo cambiaría para siempre. En este sentido, Alejandro VI jugaría un papel fundamental con la expedición de las llamadas Bulas Alejandrinas.

Sin embargo, la relación entre pontífice y soberanos no comenzó aquí, pues ya desde que Alejandro VI era el cardenal Borgia sus caminos se habían cruzado. En 1472, bajo el pontificado de Sixto IV, Rodrigo Borgia realizó un viaje por la Península Ibérica en calidad de legado papal. Su objetivo, persuadir a los reyes de España y Portugal para que acudiesen a la defensa de la Iglesia ante una invasión de Italia por parte del Imperio Otomano, que se estaba convirtiendo en una serie amenaza para el Papa. La tarea no era ciertamente sencilla, pues los reyes hispanos, en general, tenían por costumbre solicitar que se les permitiese llevar a cabo la cruzada en tierras del norte de África o de la misma Península Ibérica, donde el dominio musulmán resultaba una amenaza real para ellos, sobre todo en el caso castellano, que seguía teniendo frontera directa con el Islam.


En estas difíciles circunstancias llegó Rodrigo Borgia a la Península, acompañado por un séquito de tal magnitud que tuvo que alquilar dos galeras al rey de Nápoles. Desembarcó en la ciudad de Valencia, donde le esperaba una magnífica recepción por parte de los ciudadanos, pues no solo se trataba de un cardenal y vicecanciller de la Iglesia sino que, además, era español, valenciano, y el propio obispo de la ciudad, a pesar de que nunca la hubiera visitado desde que su tío se la concediera hacía ya más de quince años.

Retrato de Juan II de Aragón en su tumba

Fue entonces cuando entró en contacto con Fernando de Aragón, cuando se reunió con su padre, el rey Juan II. El joven príncipe estaba ya casado con Isabel de Castilla, pero su enlace, al ser estos primos, requería de una bula papal, que fue sin embargo negada por Pablo II, ante lo cual Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, falsificó una bula que los liberaba del impedimento que suponía su grado de consanguinidad, de forma que el matrimonio se llevó a efecto, a pesar que desde Roma se declaraba nulo el matrimonio. Rodrigo traía consigo una dispensa papal que ponía fin definitivamente al problema, conseguida laboriosamente de manos de Sixto IV en la Curia romana, aunque no desveló su existencia inmediatamente. En Castilla, a su llegada, el arzobispo de Toledo le imploró perdón por la falsificación y le suplicó que se atajase la cuestión de una vez por todas legitimando el matrimonio de Isabel y Fernando. El cardenal Rodrigo pasó pronto a apoyar las pretensiones isabelinas sobre el trono castellano, tratando de inclinar a su favor la voluntad de Enrique IV cuando pasó con él las navidades en Madrid, propiciando una reconciliación entre los hermanos, al tiempo que se ataría a uno de los principales valedores del bando portugués y más acérrimo enemigo de Isabel en la corte castellana: el poderoso arzobispo Pedro González de Mendoza, debilitando así las pretensiones de Juana La Beltraneja y fortaleciendo la posición de Isabel y Fernando. Pronto lograría que Mendoza fuera nombrado cardenal, al tiempo que propiciaba un acercamiento aun mayor entre él e Isabel y Fernando. La dispensa papal fue finalmente hecha pública y el problema atajado.

El cardenal Don Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo (copia) [Matías Moreno, c. 1877]

El viaje, en definitiva, fue un auténtico éxito. La pacificación de la Península parecía encauzada, haciendo más probable el apoyo hispano al Papado en el supuesto de un ataque turco. Igualmente, en Aragón las maniobras del legado contribuyeron a deshacer las tensiones que Cataluña mantenía con su rey, Juan II, mientras que el apoyo a la causa de Isabel y Fernando y la legitimación del matrimonio de estos con la bula papal obtenida de Roma hizo que los futuros monarcas estuvieran muy agradecidos al que acabaría siendo Papa más de veinte años después, sentando las bases de una futura alianza. A partir de entonces Isabel y Fernando mantendrían con Rodrigo Borgia relaciones que atravesarían fases de gran cordialidad, aunque también otras marcadas por la desconfianza e incluso el enfrentamiento.

Sea como fuere, Alejandro VI prosperó a la sombra de los monarcas españoles. De hecho, el ambiente eufórico que se respiraba en Roma en 1492 por la conquista de Granada a inicios del año y el prestigio de los reyes de Castilla y Aragón en un momento de especial sensibilidad hacia la amenaza turca debieron tener algo que ver en la elección de Rodrigo Borgia como pontífice. El punto álgido en la relación entre ambas partes podríamos situarlo en 1493 con la concesión de las Bulas Alejandrinas, aunque ese es otro tema que trataremos en otro momento.

BIBLIOGRAFÍA EMPLEADA
Fernández de Córdova, A. (2005): "Relaciones político-eclesiásticas de Alejandro VI y los Reyes Católicos (1492-1503)", Anuario de Historia de la Iglesia 14, pp. 447-453.
Sánchez, A., Castell, V. y Peset, M. (1994): Alejandro VI, Papa valenciano. Valencia: Consell Valencià de Cultura.
Schüller-Piroli, S. (1991): Los Papas Borgia: Calixto III y Alejandro VI. Valencia: Edicions Alfons el Magnànim.
Villaroel, O. (2005): Los Borgia. Iglesia y poder entre los siglos XV y XVI. Madrid: Sílex.

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