La Italia de finales del siglo XV, época en la que vivió y gobernó los Estados de la Iglesia Alejandro VI, estaba marcada por la existencia de diferentes entidades políticas de muy distinta índole: desde repúblicas como Florencia o Venecia en el norte hasta el reino de Nápoles en el sur, pasando por una teocracia en la zona central, los Estados Pontificios.
Italia a finales del siglo XV, antes de las Guerras de Italia [Mapa de Wikipedia]. (2007)
Estas repúblicas eran pequeñas ciudades-estado situadas al norte de los Estados de la Iglesia, controladas por una oligarquía que dominaba la vida política. Su poder residía en su potencial económico, destacando en este sentido tres de ellas, tanto por su extensión territorial como por su poder económico y político: Venecia, una república oligárquica con numerosos conflictos con Milán por su expansión territorial; Génova y Florencia, dirigida realmente por los Médici. Sin embargo, luego había toda una serie de entidades de segunda fila y con diversas formas de gobierno, pero de gran importancia política y comercial. Es el caso de Ferrara, Mantua o Módena, por ejemplo. Por otro lado, también había una serie de pequeños estados que abandonaron las formas republicanas y adquirieron tintes nobiliarios, destacando en este sentido el ducado de Milán, al frente del cual se encontraba, desde mediados del siglo XV, la poderosa familia Sforza. No obstante, en los últimos años Milán había visto su poder reducido considerablemente, si se compara con el que tenía a finales del siglo XIV, cuando era gobernada por los Visconti.
Mientras tanto, en el centro de la península se encontraban los Estados de la Iglesia, donde en teoría el soberano absoluto era el Papa, pero que en realidad se encontraban divididos y fragmentados en diversos señoríos y principados, en muchos de los cuales el poder papal era únicamente teórico. Esto cambiaría cuando a finales de siglo Alejandro VI emprendiese el sometimiento del territorio de la Iglesia, esfuerzos liderados militarmente por César Borgia, hijo del Pontífice.
Finalmente, en la zona más meridional de la Península Itálica se encontraba el único estado con la categoría de reino, el reino de Nápoles, gobernado desde mediados del siglo por Ferrante I, hijo ilegítimo de Alfonso V de Aragón, conocido como el Magnánimo. Los monarcas franceses, como herederos de los Anjou, reclamaban con frecuencia el trono napolitano, lo que llevaría a finales del siglo a las Guerras de Italia, tras las cuales el reino de Nápoles sería conquistado por la Monarquía Española de los Reyes Católicos, pues Fernando el Católico, que ya poseía Sicilia y Cerdeña, aspiraba a recuperar al reino de su tío, Alfonso V.
Francesco I Sforza [Retrato de Bonifacio Bembo, c. 1460]
Mientras tanto, en el centro de la península se encontraban los Estados de la Iglesia, donde en teoría el soberano absoluto era el Papa, pero que en realidad se encontraban divididos y fragmentados en diversos señoríos y principados, en muchos de los cuales el poder papal era únicamente teórico. Esto cambiaría cuando a finales de siglo Alejandro VI emprendiese el sometimiento del territorio de la Iglesia, esfuerzos liderados militarmente por César Borgia, hijo del Pontífice.
Finalmente, en la zona más meridional de la Península Itálica se encontraba el único estado con la categoría de reino, el reino de Nápoles, gobernado desde mediados del siglo por Ferrante I, hijo ilegítimo de Alfonso V de Aragón, conocido como el Magnánimo. Los monarcas franceses, como herederos de los Anjou, reclamaban con frecuencia el trono napolitano, lo que llevaría a finales del siglo a las Guerras de Italia, tras las cuales el reino de Nápoles sería conquistado por la Monarquía Española de los Reyes Católicos, pues Fernando el Católico, que ya poseía Sicilia y Cerdeña, aspiraba a recuperar al reino de su tío, Alfonso V.
Alfonso V de Aragón [Retrato de Juan de Juanes, 1557]
Desde inicios del siglo los enfrentamientos internos entre estos pequeños estados estuvieron a la orden del día, en una pugna interna por el control del territorio, generándose en consecuencia una enorme inestabilidad, a la que se puso fin en 1454 con la Paz de Lodi entre la república de Venecia y el ducado de Milán. Gracias a este tratado se pudo inaugurar en la Península Itálica un período de florecimiento y esplendor que duraría casi medio siglo. Así, cuando Rodrigo Borgia fue elegido Papa en 1492 Italia vivía un auténtico momento de auge, con un incipiente Humanismo, un potente desarrollo de las artes a través de la recuperación de la tradición grecorromana y un notable desarrollo económico de las ciudades.
Todo este acelerado desarrollo económico y cultural hacía de la Península Itálica el centro real del mundo, o al menos del Viejo Continente, mientras que en otros lugares de este, como en las tierras hispanas, se seguía aun muy apegado a los cánones y estética medievales. Sin embargo, algunos lugares europeos, caso de la propia tierra natal de Alejandro VI, Valencia, experimentaban también por aquel entonces un desarrollo económico que poco tenía que envidiarle al italiano.
El nacimiento de Venus, una de las obras cumbre del Renacimiento, símbolo de la Italia del siglo XV, inspirada en el Mundo Clásico [Obra de Sandro Botticelli, 1482-1485]
Todo este acelerado desarrollo económico y cultural hacía de la Península Itálica el centro real del mundo, o al menos del Viejo Continente, mientras que en otros lugares de este, como en las tierras hispanas, se seguía aun muy apegado a los cánones y estética medievales. Sin embargo, algunos lugares europeos, caso de la propia tierra natal de Alejandro VI, Valencia, experimentaban también por aquel entonces un desarrollo económico que poco tenía que envidiarle al italiano.
Sin embargo, esa etapa de paz y florecimiento se vería quebrada precisamente durante el pontificado de Alejandro VI, a causa de las ambiciones territoriales de Carlos VIII de Francia, que invadió la Península Itálica respaldándose en sus supuestos derechos sobre el trono de Nápoles. Carlos atravesó Italia rápidamente, sin ningún estado lo suficientemente fuerte como para frenarlo, mientras que otros mostraban su clara adhesión al francés, caso de la Florencia de Savonarola, un dominico radical y demagogo que había expulsado a los Médici de la ciudad e instaurado una teocracia de tintes dictatoriales en Florencia. Todo esto originaría las Guerras de Italia, cuando surgiese una coalición de estados italianos, la Liga Santa, para expulsar al francés, cosa que logró, aunque no permanentemente, pues tras la muerte de Carlos VIII cogería el testigo el nuevo monarca francés, Luis XII. Asimismo, una potencia naciente comenzaría a fijarse en Italia y a intervenir en los conflictos: la Monarquía Hispánica de los Reyes Católicos. De este modo, a partir de 1502 Italia se convertiría en un campo de batalla permanente entre España y Francia, hasta que la Monarquía Católica se alzase con la victoria en 1504, ya muerto Alejandro VI, logrando el reino de Nápoles en su totalidad a través del tratado de Lyon, aunque el conflicto se reabriría años después, llegando incluso hasta los sucesores de los Reyes Católicos y Luis XII: Carlos V y Francisco I. El tema de las Guerras de Italia ya lo hemos tratado con más detalle en el apartado de Biografía de este blog, al que podéis acceder pinchando aquí.
Lo importante de todo esto, lo que debemos extraer, es que las Guerras de Italia deben ser entendidas no tanto desde la debilidad italiana sino desde la fortaleza de las monarquías española y francesa. Y es que Italia difería mucho del resto de estados europeos en cuanto a su organización política, pues mientras que la cuna del Renacimiento y el Humanismo se caracterizaba por la fragmentación en pequeñas ciudades-estado, en el resto de Europa los estados tendían cada vez más al fortalecimiento de sus monarquías, con una centralización cada vez más elevada que no hacía sino aumentar exponencialmente el poder regio. Se trata, en definitiva, del surgimiento del Estado Moderno.
Tres son los paradigmas de esto: Inglaterra, Francia y España. En la primera, a pesar de la persistencia de la guerra contra los escoceses, el poder monárquico aumentaba de forma imparable, mientras que en Francia, tras el fin de la Guerra de los Cien Años, los monarcas galos alcanzaron cotas de poder inimaginables apenas un siglo atrás, cuando la mitad del país escapaba a su control. En cuanto a España, el matrimonio de los Reyes Católicos en 1469 unió dinásticamente las Coronas de Castilla y de Aragón, surgiendo una monarquía capaz de hacer sombra a la mismísima Francia. Además, el descubrimiento de América en 1492, mismo año del ascenso al poder de Rodrigo Borgia, iniciaría el proceso mediante el cual España acabaría convirtiéndose en el primer gran imperio moderno. El poder que estas monarquías llegaron a alcanzar fue tal que afectó a la propia Iglesia, pues iniciaron procesos que buscaban conseguir la potestad sobre los gobernantes religiosos de sus reinos, fundamentalmente los obispos, la elección de estos. Se trata de un proceso muy largo y complicado, que lleva a que en Francia surja la Iglesia nacional francesa, teniendo el monarca una serie de poderes eclesiásticos en los que el Pontífice no podía interferir, mientras que en Inglaterra la no consecución de esto llevaría a la ruptura con la Iglesia en el siglo XVI, en la figura de Enrique VIII.
Por contra, el Sacro Imperio se encontraba muy fragmentado, no tanto como Italia pero sí dividido en múltiples ducados, condados, principados, repúblicas e incluso reinos, lo que se traducía en una situación muy lejana a las cotas de concentración de poder político de sus vecinos europeos. El poder del emperador, que no heredaba el trono sino que debía ser elegido, era muy limitado, llegando algunos territorios a ser prácticamente independientes. El Imperio era, en realidad, una herencia medieval, por lo que será un impedimento para el desarrollo del Estado Moderno, siendo siempre la tendencia la limitación del poder del emperador.
Lo importante de todo esto, lo que debemos extraer, es que las Guerras de Italia deben ser entendidas no tanto desde la debilidad italiana sino desde la fortaleza de las monarquías española y francesa. Y es que Italia difería mucho del resto de estados europeos en cuanto a su organización política, pues mientras que la cuna del Renacimiento y el Humanismo se caracterizaba por la fragmentación en pequeñas ciudades-estado, en el resto de Europa los estados tendían cada vez más al fortalecimiento de sus monarquías, con una centralización cada vez más elevada que no hacía sino aumentar exponencialmente el poder regio. Se trata, en definitiva, del surgimiento del Estado Moderno.
Expulsión de los judíos de España (año de 1492) [Obra de Emilio Sala, 1889]. La expulsión de los judíos por parte de los Reyes Católicos debe ser entendida más allá de la cuestión religiosa, en el marco de la centralización y fortalecimiento de las monarquías europeas
Tres son los paradigmas de esto: Inglaterra, Francia y España. En la primera, a pesar de la persistencia de la guerra contra los escoceses, el poder monárquico aumentaba de forma imparable, mientras que en Francia, tras el fin de la Guerra de los Cien Años, los monarcas galos alcanzaron cotas de poder inimaginables apenas un siglo atrás, cuando la mitad del país escapaba a su control. En cuanto a España, el matrimonio de los Reyes Católicos en 1469 unió dinásticamente las Coronas de Castilla y de Aragón, surgiendo una monarquía capaz de hacer sombra a la mismísima Francia. Además, el descubrimiento de América en 1492, mismo año del ascenso al poder de Rodrigo Borgia, iniciaría el proceso mediante el cual España acabaría convirtiéndose en el primer gran imperio moderno. El poder que estas monarquías llegaron a alcanzar fue tal que afectó a la propia Iglesia, pues iniciaron procesos que buscaban conseguir la potestad sobre los gobernantes religiosos de sus reinos, fundamentalmente los obispos, la elección de estos. Se trata de un proceso muy largo y complicado, que lleva a que en Francia surja la Iglesia nacional francesa, teniendo el monarca una serie de poderes eclesiásticos en los que el Pontífice no podía interferir, mientras que en Inglaterra la no consecución de esto llevaría a la ruptura con la Iglesia en el siglo XVI, en la figura de Enrique VIII.
Por contra, el Sacro Imperio se encontraba muy fragmentado, no tanto como Italia pero sí dividido en múltiples ducados, condados, principados, repúblicas e incluso reinos, lo que se traducía en una situación muy lejana a las cotas de concentración de poder político de sus vecinos europeos. El poder del emperador, que no heredaba el trono sino que debía ser elegido, era muy limitado, llegando algunos territorios a ser prácticamente independientes. El Imperio era, en realidad, una herencia medieval, por lo que será un impedimento para el desarrollo del Estado Moderno, siendo siempre la tendencia la limitación del poder del emperador.
Europa a finales del siglo XV [Mapa de Pinterest]
Por otro lado, debemos destacar un acontecimiento de enorme importancia que sucedió a mediados del siglo XV: la caída de Constantinopla en manos del Imperio Otomano en 1453, bajo el pontificado de Nicolás V. La caída del Imperio Bizantino supuso una verdadera conmoción para todo el mundo cristiano, pero en especial para Roma y el Papa, pues venía a evidenciar la impotencia del poder universal que inútilmente trataba de restaurar, pues sus llamadas a la cruzada fueron inútiles. Además, esto situó al turco como una de las principales amenazas para el Papa, con la sombra de una invasión turca de Italia acechando sobre Roma de forma más o menos continua a partir de entonces, pues Bizancio, el último bastión psicológico que separaba a la Europa Occidental del Islam, había sido destruido a base de cañonazos. No olvidemos que el viaje que Rodrigo Borgia realizó por la Península Ibérica en 1472 en calidad de legado papal de Sixto IV tenía como objetivo persuadir a los monarcas hispanos de defender a la Santa Sede en caso de que dicha invasión se convirtiera en una realidad.
En definitiva, entre 1450 y 1490 Europa experimenta unas condiciones favorables que permiten un vigoroso crecimiento económico, pues se restablece la paz, tanto en Italia con el Tratado de Lodi, como entre Francia e Inglaterra con el fin de la Guerra de los Cien años en 1453; entre los reyes franceses y los duques de Borgoña; con la Guerra de las Dos Rosas, de la que sale victorioso Enrique Tudor; y en Castilla, con el fin de la Guerra Civil, que acaba con la subida al trono de Isabel I en 1474, al tiempo que la rivalidad con Aragón se transforma en definitiva alianza tras el matrimonio de esta con Fernando de Aragón. Asimismo, la población recupera su dinamismo tras verse fuertemente afectada por la Peste Negra en el siglo XIV, a lo que está inevitablemente unido la reconstrucción de los campos, que vuelven a ser provechosos; el artesanado se renueva y progresa, y se reanudan los intercambios, afectados duramente por los desórdenes y la crisis económica. Las monarquías se hacen cada vez más fuertes y acaba surgiendo el Estado Moderno.
Así, se produce el despertar de Europa, el nacimiento del mundo moderno y, con él, de los primeros imperios mundiales, con España a la cabeza, gracias al descubrimiento y colonización de América a partir de 1492. El siglo XV cambió el mundo para siempre y anunció la llegada de una nueva época.
En definitiva, entre 1450 y 1490 Europa experimenta unas condiciones favorables que permiten un vigoroso crecimiento económico, pues se restablece la paz, tanto en Italia con el Tratado de Lodi, como entre Francia e Inglaterra con el fin de la Guerra de los Cien años en 1453; entre los reyes franceses y los duques de Borgoña; con la Guerra de las Dos Rosas, de la que sale victorioso Enrique Tudor; y en Castilla, con el fin de la Guerra Civil, que acaba con la subida al trono de Isabel I en 1474, al tiempo que la rivalidad con Aragón se transforma en definitiva alianza tras el matrimonio de esta con Fernando de Aragón. Asimismo, la población recupera su dinamismo tras verse fuertemente afectada por la Peste Negra en el siglo XIV, a lo que está inevitablemente unido la reconstrucción de los campos, que vuelven a ser provechosos; el artesanado se renueva y progresa, y se reanudan los intercambios, afectados duramente por los desórdenes y la crisis económica. Las monarquías se hacen cada vez más fuertes y acaba surgiendo el Estado Moderno.
Así, se produce el despertar de Europa, el nacimiento del mundo moderno y, con él, de los primeros imperios mundiales, con España a la cabeza, gracias al descubrimiento y colonización de América a partir de 1492. El siglo XV cambió el mundo para siempre y anunció la llegada de una nueva época.
BIBLIOGRAFÍA EMPLEADA
Benassar, B., Jacquart, J., Lebrun, F., Denis, M y Blayau, N. (1980): Historia Moderna. Madrid: Akal.
De Ayala Martínez, C. (2016): El Pontificado en la Edad Media. Madrid: Síntesis.
Villaroel González, O. (2010): Los Borgia. Iglesia y poder entre los siglos XV y XVI. Madrid: Sílex.
Benassar, B., Jacquart, J., Lebrun, F., Denis, M y Blayau, N. (1980): Historia Moderna. Madrid: Akal.
De Ayala Martínez, C. (2016): El Pontificado en la Edad Media. Madrid: Síntesis.
Villaroel González, O. (2010): Los Borgia. Iglesia y poder entre los siglos XV y XVI. Madrid: Sílex.
No hay comentarios:
Publicar un comentario