Biografía


Rodrigo de Borja nació en la pequeña pero rica ciudad de Játiva, Valencia, en 1431. Hijo de Jofré e Isabel, tenía cuatro hermanas y un hermano varón mayor, de forma que el joven Rodrigo, como hijo segundo, fue destinado desde muy pronto a la carrera eclesiástica. Cuando su padre falleció en 1441, contando Rodrigo con diez años de edad, su madre decidió trasladar a la familia a Valencia. De ella se dice que el joven Rodrigo aprendió su administración doméstica, extremadamente ahorrativa pero presuntuosa, destacando, incluso como Papa, su frugalidad verdaderamente desconcertante en una Italia en la que los exuberantes excesos gastronómicos estaban a la orden del día. Se dice incluso que en fiestas, banquetes y ceremonias se evitaba la mesa del Borgia para no tener que contentarse con un único plato de comida. Si hacemos caso a las historias, no solo los cardenales sino incluso su propio hijo, César, se mantenía alejado de su mesa cuanto podía.

Tabla genealógica de la Casa de Borja [Real Academia de la Historia, s. a.]

Rodrigo se formaría en la Universidad de Valencia, siendo un muy buen estudiante, hasta que su tío, el cardenal Alfonso de Borgia (futuro Papa Calixto III), lo llamó a su lado en 1449, cuando contaba con 18 años. Ya tenía por aquel entonces ciertas rentas eclesiásticas en España, aunque no volvería a pisar esta hasta muchos años después, cuando regresase como legado papal. Rodrigo pasó entonces a estudiar en la Universidad de Bolonia, una de las más prestigiosas de Occidente, y siguió siendo un estudiante excepcional. Así, en 1456 sería promovido al rango de Doctor en Derecho Canónico, después de concluir el período de siete años de estudio requerido en aquella época.

La información de la que disponemos sobre los años posteriores a esto pero anteriores a la elección de su tío como pontífice es muy limitada, pero no cabe duda de que Rodrigo se desplazaba cada vez con más frecuencia de Bolonia a Roma, pasando cada vez períodos más largos en la Ciudad Eterna, y desarrollando con su tío una estrecha relación. Este último no permitió que Rodrigo interrumpiese sus estudios en Bolonia ni siquiera con motivo de ser elegido Papa en 1455, pero cuando finalmente los concluyó Rodrigo volvió a la sede papal, dejó de vivir en el seminario español y se instaló en el palacio episcopal, siendo poco después nombrado cardenal. Corría el año 1456.

Alfonso de Borja, Papa Calixto III.
Retrato de Calixto III [Juan de Juanes, 1568]

Pronto sería nombrado Vicecanciller de la Iglesia, estando a la cabeza de la Cancillería papal, aunque para no despertar más recelos el nombramiento fue mantenido en secreto durante algún tiempo y Rodrigo fue alejado temporalmente de Roma, siendo enviado por su tío a la marca de Ancona como Vicario general y Legado, donde tenía la misión de retomar de manos de un rebelde el castillo papal de Ascoli y restablecer la paz en la ciudad, cosa que logró, lo que le valió el respeto de todo el mundo. Así, a su vuelta definitiva a Roma Rodrigo recibiría de su tío el título de general y comandante en jefe de los ejércitos papales, aunque después del asalto al castillo de Ascoli (que dirigió personalmente), el futuro Alejandro VI no volvería a tomar parte directa en ninguna acción bélica.

Estar situado a la cabeza de la Cancillería implicaba conocer antes que nadie cualquier vacante e incluso los planes para cubrirla. Si a esto se le suma el hecho de que ocupó ese cargo durante el dilato período de 35 años, se explica cómo pudo ascender de manera tan fulgurante incluso tras la muerte de su tío, acumulando ricos obispados, abadías y encomiendas, viendo su influencia aumentar por la sencilla razón de que supo ganarse con métodos legales la confianza de cada uno de los cinco papas a los que sirvió. No en vano fue considerado uno de los cardenales más ricos de su tiempo, pues solamente el cargo de vicecanciller le reportaba unos 8000 ducados de oro anuales, y cuando accedió al trono de Pedro era, además de Vicecanciller de la Iglesia, obispo de Valencia, de Oporto, de Pamplona, de Cartagena y de Mallorca, y además disfrutaba las rentas de importantes monasterios y de un sinfín de beneficios de menor rango.

En agosto de 1458, apenas tres años después de haber ascendido al trono de Pedro, Calixto III moría. A pesar de los episodios de violencia que se vivieron contra los aragoneses en Roma debido al descarado nepotismo del fallecido Papa, Rodrigo decidió quedarse en la ciudad (a diferencia de su hermano Pedro Luis, que huyó), aunque encerrado en el Vaticano tuvo que presenciar el saqueo de su palacio. En el cónclave que debía elegir al nuevo pontífice Rodrigo jugó un papel fundamental, siendo el primero en hablar en favor de Eneas Silvio Piccolomini y arrastrando al resto de cardenales, de forma que este se convirtió en el Papa Pío II. El nuevo Papa, que le debía su trono al cardenal Borgia, confirmó todos sus títulos, dignidades y cargos, lo reconoció definitivamente como obispo de Valencia e incluso le permitió tomar posesión de la herencia de su hermano mayor, Pedro Luis de Borja, que había muerto mientras trataba de huir de la ciudad.

 A la izquierda, el Papa Pío II; a la derecha, el Papa Inocencio VIII

Tras la muerte de Pío II en 1464 tuvieron que pasar tres papados más hasta que el propio Rodrigo fuese elegido pontífice. Pero todos esos papas, Pablo II, Sixto IV e Inocencio VIII, ratificaron su cargo de Vicecanciller de la Iglesia, quizás por el también importante papel que jugó en algunas de sus elecciones, pero en cualquier caso esto le siguió permitiendo ascender y acumular cada vez mayor poder e influencias, pues figuraba siempre en las ceremonias, en las decisiones, en los viajes, además de emplear sus enormes rentas para agradar a los pontífices, como hizo cuando edificó el Palacio Episcopal de Piensa, bajo el papado de Pío II. Durante el gobierno de Sixto IV el cardenal Rodrigo regresó por primera vez en años a España, su tierra natal, en calidad de legado papal, desembarcando en la ciudad de Valencia en 1472 con su enorme séquito, dándole los valencianos, como obispo suyo que era y enviado papal, un recibimiento digno de un rey. Su viaje por tierras hispanas fue un auténtico éxito.

Finalmente, Inocencio VIII moría en 1492 y el nuevo cónclave tenía la misión de designar un nuevo Papa. En principio los dos grandes enfrentados fueron el cardenal dela Rovere (futuro Papa Julio II), que apoyaba políticamente a Francia, Nápoles y Génova; y el cardenal Sforza, hermano del duque de Milán. Rodrigo apoyó a este segundo, pero cuando su éxito se evidenció imposible el propio milanés volcó todos sus esfuerzos y apoyos en el valenciano, que muy probablemente se valió de sobornos y promesas simoniacas para logar ser elegido, si bien es cierto que un pontífice español podría ser la pieza perfecta en el delicado equilibrio de poderes de la Italia de la época, resultando un árbitro equidistante en ese peligroso juego de intereses. Así, el 11 de agosto de 1492 el cardenal Rodrigo Borgia era elegido Papa, tomando el nombre de Alejandro VI. Por aquel entonces era ya padre de ocho hijos, aunque los más conocidos y casi los únicos legitimados fueron los habidos con Vanozza Cattanei: Juan, César, Lucrecia y Jofré jugarían un papel fundamental en los manejos políticos de su padre. De hecho, fue en el mismo inicio de su pontificado cuando comenzó a situarlos en puntos clave para el desarrollo de sus planes, aunque para ello tuviera que anular acuerdos matrimoniales previos.
Rodrigo de Borja, Papa Alejandro VI.
Retrato de Alejandro VI con el atuendo papal [Juan de Juanes, 1568]

El hecho de haber ocupado el cargo de Vicecanciller durante 35 años, de un modo caracterizado por su sentido del deber, su celo en el trabajo y su exactitud, hicieron que no corriese el mismo destino que sus predecesores en el trono de Pedro, quienes tuvieron que resignarse a esperar durante años la entrega de sus bulas por el simple hecho de que no dominaban sus cancillerías, convirtiéndose el largo y complicado camino burocrático en un verdadero calvario, por las ansias de enriquecerse de las decenas de empleados por los que pasaba el documento, las intentonas de los interesados en interceder en la formulación definitiva de los textos, etc. Pero el que ahora estaba a la cabeza de la Iglesia había estado al frente de la Cancillería durante más de 30 años, y era capaz de tener listo un documento papal en unas pocas semanas, lo que dotó de un inusual dinamismo a su gobierno de la Santa Sede. De hecho, apenas un año después de convertirse en pontífice, Alejandro VI promulgaría, por la creciente influencia de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los Reyes Católicos, las conocidas como Bulas Alejandrinas, que otorgaban a la Corona de Castilla el derecho a conquistar las nuevas tierras descubiertas así como la obligación de evangelizarlas.

Los Reyes Católicos reciben a Cristóbal Colón [Fotografía de National Geographic España, 2018]

Poco después Alejandro VI se vio forzado a intervenir en el conflicto por el reino de Nápoles, situándose del lado de Aragón y reconociendo como rey a Alfonso II de Nápoles, hijo y sucesor de Fernando I, que había muerto en 1494, frente a las pretensiones de Carlos VIII de Francia. El monarca francés invadió Italia con un potente ejército, alentado por el cardenal della Rovere y apoyado por Ludovico Sforza (que buscaba fortalecer su posición en Milán), y llegó a Roma a finales de año, pues todas las ciudades italianas le abrían las puertas, hasta tal punto que Florencia, dominada ahora por el fanático y demagogo dominico Girolamo Savonarola, que ese mismo año había expulsado a los Médici y establecido un régimen dictatorial en la ciudad, se adhirió de manera total a la causa del francés.

Alfonso II, aterrorizado, decidió abdicar en favor de su hijo, mientras que el papa resistía en Roma bajo amenazas de destitución. Sin embargo, en diciembre de 1494 debió comprender que no quedaba otra salida más que rendir la ciudad, y el día 31 entraba el ejército francés en la Ciudad Eterna mientras Alejandro VI se encontraba encastillado en Sant'Angelo. No obstante, el Papa mantuvo gran firmeza en las negociaciones con el rey francés, a la vez que realizaba un acercamiento hacia la Monarquía Hispánica, única potencia emergente capaz de neutralizar a Carlos VIII, predispuesta a ello no sólo por no interesarle a los Reyes Católicos la ocupación de Italia por parte de Francia sino también ya que un año atrás Alejandro VI les había concedido las Bulas Alejandrinas, blindando sus derechos sobre el Nuevo Mundo. No obstante, el Papa no pudo evitar que el francés, tras abandonar Roma para continuar su marcha hacia el sur, se llevase como rehenes a su hijo César Borgia y a Djem, príncipe turco cuyo cautiverio en Roma logró paralizar el avance otomano en el Mediterráneo, además de suponer a la Santa Sede una importante fuente de ingresos. Con rehenes de tal importancia Carlos VIII marchó hacia el sur confiado, pero poco después César escapó y Djem falleció repentinamente, perdiendo sus garantías y abriéndose de nuevo la posibilidad de un ataque por la espalda por parte del Papa.

Además, el Papa promovió la formación de una nueva Liga Santa, en la que no sólo se integrarían los Estados Pontificios, Venecia y Milán (cuyo duque, Ludovico Sforza, estaba decepcionado con Carlos VIII y cambió su posición) sino también el Sacro Imperio de Maximiliano I y la Monarquía Hispánica de los Reyes Católicos, aunque dos de las grandes potencias italianas no participaron: la Florencia de Savonarola, leal a los franceses, y la ocupada Nápoles. Pero incluso sin ellas, ante tal combinación de fuerza un Carlos VIII aislado de su tierra natal y de su centro de poder no tuvo más remedio que huir de Italia, no sin antes sufrir alguna que otra derrota. Los cardenales rebeldes no tuvieron otra opción más que someterse llenos de arrepentimiento ante la gran victoria del pontífice, que poco tiempo atrás se había encontrado al borde del abismo. Por otra parte, Savonarola, que había criticado vehementemente al Papa y se había alineado del lado francés, fue excomulgado y quemado vivo en 1498, tras ser derrocado por una revuelta popular.

Ejecución de Savonarola en Florencia [Autor desconocido, c. 1650]

Neutralizada la amenaza francesa, Alejandro VI se dedicó entonces a fortalecer los Estados Pontificios, sometiendo a la nobleza romana que se le había opuesto, como los Orsini. Sin embargo, en 1497 un trágico acontecimiento golpeó con fuerza al Papa: su hijo Juan fue asesinado en las calles de Roma, crimen que sería atribuido posteriormente y sin ningún tipo de fundamento a un envidioso César. Quizás no guardó relación pero lo cierto es que tras el trágico suceso un afectado Alejandro VI abandonó durante un tiempo los temas políticos para centrarse en la reforma de la Iglesia, creando una comisión cardenalicia dedicada a ella y elaborando una bula que establecía el camino a seguir, texto que sin embargo no se llegó a publicar. No obstante, a inicios de 1498 las intenciones reformadoras pasarían al olvido por un nuevo problema sucesorio en Nápoles, que había abierto de nuevo las expectativas para Francia cuando ese mismo año subía al trono Luis XII, tras la muerte sin hijos de su primo y predecesor, Carlos VIII, que reclamaba ahora no sólo Nápoles sino también Milán. Pero España se estaba convirtiendo también en una potencia muy peligrosa, pues Fernando II ya era dueño de Sicilia y no había reconocido al nuevo monarca napolitano, así que el pontífice optó por aliarse con Francia pero con condiciones que permitieran no temer su instalación en el sur de Italia. Milán caería del lado francés y, gracias al apoyo del ejército francés, César Borgia acometería la definitiva y total sumisión de los Estados Pontificios.

Cesareborgia.jpg
Retrato de Gentilhombre (César Borgia) [Altobello Melone, siglo XVI]

En cuanto a la cuestión de Nápoles, Luis XII y los Reyes Católicos se acabaron repartiendo el territorio napolitano en un tratado que ratificó Alejandro VI, pero tan pronto como lograron la victoria y la abdicación de Federico III surgieron las disputas entre ellos. Las fuerzas españolas avanzaban, encabezadas por Gonzalo Fernández de Córdoba, al tiempo que el Papa, intuyendo el desenlace, iba alejándose cada vez más del monarca francés. Efectivamente, España acabó logrando la victoria, obligando a Francia a retirarse, pero Alejandro VI no vería el desenlace final, pues el 18 de agosto de 1503 fallecía en sospechosas circunstancias, quizás envenenado. A pesar de las acusaciones, las leyendas negras, los (demasiado) oscuros pasajes de su vida que han pasado a la Historia, la corrupción, el descarado nepotismo... Rodrigo Borgia lo dio todo por el enaltecimiento de su familia y de la Iglesia después, en ese orden, además de tener una innegable y extraordinaria sensibilidad en el campo de las artes y la cultura. No en vano fue un Papa querido por el pueblo, aunque eso no haya pasado a la Historia.

BIBLIOGRAFÍA EMPLEADA
Collison-Morley, L. (1982): Los Borgia. La turbulenta historia del Papa español Alejandro VI y sus hijos César y Lucrecia. Barcelona: Ediciones Acuario.
De Ayala Martínez, C. (2016): "Uso y abuso del poder pontificio", El Pontificado en la Edad Media. Madrid: Síntesis.
Hermann-Röttgen, M. (1994): La familia Borja. Historia de una leyenda. Valencia: Edicions Alfons el Magnànim.
Sánchez, A., Castell, V. y Peset, M. (1994): Alejandro VI, Papa valenciano. Valencia: Consell Valencià de Cultura.
Schüller-Piroli, S. (1991): Los Papas Borgia: Calixto III y Alejandro VI. Valencia: Edicions Alfons el Magnànim.



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